No se encontraron resultados.Como tantas veces dije y vuelvo a repetir vivimos en un mundo que no se cansa de avivar la falta de valores, los prejuicios y las mentiras. Hace rato que tenemos el piloto automático en modo “individualista” y pareciera que no hay forma de tomar el volante y cambiar el rumbo de las cosas.

Ya a nadie le interesa que sucede con los demás, nos cuidamos nosotros y a los nuestros y nos olvidamos de que existen millones de personas con las que compartimos día a día. El ritmo acelerado de nuestras vidas hace que no nos detengamos a ver qué sucede afuera, todo pasa casi sin que podamos percibirlo. Ninguno frena un momento a escuchar que están diciendo los demás. Y es que a veces es arriesgado escuchar, implica que dejemos a un lado los prejuicios, las ideas y los pensamientos que nos caracterizan. Abrir la mente y aprender de los demás en general asusta.

Entonces me pregunto si nadie presta un oído, ¿Por qué se jactan de caminar en los zapatos de los demás? Para poder ser empáticos creo que la primera regla es saber escuchar y percibir que le pasa al otro, por algo tenemos dos oídos y una boca: “escuchemos más y hablemos menos”. Debemos aprender a ser receptivos sin que interfieran nuestros propios pensamientos.

Ponerse en el lugar del otro no es hablar y pensar como la otra persona, sino comprender su situación y acompañar en el sentimiento. Es la habilidad de sentir como siente y no sacar nuestras propias conclusiones, e interpretar desde nuestra percepción que le sucede. Se trata de ir preguntar y escuchar que siente.

Aunque hablemos el mismo idioma cada uno tiene su propio lenguaje y creo que la esencia de caminar en los zapatos del otro es, justamente, aprender el “lenguaje” de los demás. Dejar de interpretar los comportamientos según lo que vende esta sociedad sino desde lo que nos hace iguales a pesar de ser distintos, el don de ser personas. Que en definitiva es lo que nos permite construir relaciones sinceras y cordiales.

Agustina Sola