La calle es más gris, el cielo más oscuro, el viento sopla un poquito más, el olor a facturas se siente mejor. Está lloviendo y ya nada podés hacer para evitarlo.

Y todo sigue. O sigue distinto. Porque la lluvia moja y eso molesta. Por ahí lo ves intentar salir al sol, como tímidamente, pidiendo permiso o tratando de hacerse lugar como en un colectivo lleno de esos que tomamos habitualmente, pero medio que no hay caso, se vuelve a guardar. No se fuerza ante algo que ya es una realidad.

Y el sol lo piensa en el buen sentido. Quizás por un momento hay que parar. Seguimos en otra oportunidad, probamos más adelante. Hoy se apaga para poder seguir en otro momento.

Es un ejercicio que hace el sol pensando en lo exigente que es el día a día de mucho hacer. Todo para mostrarse productivo, para mostrarse activo, para mostrarse en realidad, porque si no haces no te ven, y si no te ven… Bueno, si no te ven evidentemente no serás nada.

Pero el sol seguirá siéndolo, siempre va a ser. Porque la esencia la va a seguir teniendo, y en los días calurosos, en los días calientes, va a estar presente. Va a seguir siendo.

Es que… Hasta Dios descansó, un día dijo bueno, ¿ya estaríamos hasta acá, no? Quizás es una palabra demonizada con connotaciones negativas y poco productivas en esto que te exige y te exige. A lo mejor, y solo tal vez, pero, ¿por qué no parar?

Está bien, el día gris sigue. Sigamos al sol. Probemos dejar que el gris sea el color del descanso. Al menos hasta mañana.