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sábado, 20 abril 2024 | Opinión

Abajo la categoría de estudiantes

Nunca en la historia hubo un porcentaje tan alto de la población inscripta en un nivel de estudio terciario y eso se debe a que el sistema funciona.
Abajo la categoría de estudiantes
La categorización de “estudiantes” distorsiona la realidad del sistema educativo superior argentino, un pilar fundamental de una sociedad que quiera considerarse moderna y que, sobre todo en estos tiempos, no debe (o debería) introducirse en el interior de un debate por un dogmatismo ideológico absurdo.

Al comenzar mis estudios universitarios me ocurría que al completar un formulario, en el recuadro de “ocupación” ponía “estudiante”. Cabeza para atrás y pecho adelante como quien dice “claro tenés razón”, en este punto se trataba de una significación novedosa para mi, la de pertenecer al entramado productivo de esta sociedad en un preparativo o de formación, del que luego pasaría a ser una de esa cantidad de posibilidades profesionales que se encontraban presentes en esa página.

Una responsabilidad, por supuesto: me estaba formando para ser alguien en ese esquema de producción. Y esa formación estaba siendo sostenida, tal y como ocurre en este momento ahora, por el Estado Argentino.

Esa etiqueta es pesada, implica y marca muchísimo. Es una responsabilidad. Primero con quienes te apoyan, segundo con quienes permiten que esto suceda, quizás este a veces presente casi de un modo invisible, o que pasa desapercibido.

Porque el sistema es eso, está sosteniendo y permitiéndote transitar una sociedad que se establece colectivamente determinados objetivos y que trabaja mancomunadamente en pos de eso, de intereses que a veces son contradictorios y que otras veces funcionan de manera concatenada, algunas bien, otras mal, otras muy mal, pero que se dan y terminan ubicando a cada uno en su rol.

Estudiar es ser parte de una sociedad, no es un espacio rígido, ni un cubículo inamovible, es una parte de todo eso que uno hace para volverse parte o “más parte” de ese mundo que en un formulario se marca en la “profesión”.

En términos de dinero, una familia invierte en la educación de ese estudiante, o ese estudiante invierte en la formación de su yo estudiante, si hablamos específicamente de costos económicos, los que esos malabaristas ideológicos quieren postular. Un usuario del servicio educativo no gana plata, invierte en un rol en la sociedad. Tome el tiempo que tome. Se trate de la carrera o el tipo de conocimiento que se trate.

Un estudiante de una carrera de grado de filosofía, humanidades, o cualquiera de las defenestradas ciencias sociales (como las ciencias económicas), invierte su tiempo, sus 5, 7, 8 o 10 años estudiando. No le quita el lugar a nadie, porque el sistema es para todos aquellos que puedan ingresar de modo irrestricto. Que el resto del entramado socioproductivo de la sociedad permita que más personas puedan formarse en ciencias políticas o en ingeniería físico nuclear es un camino que se debe tomar de forma irrenunciable si quiere bregar por el progreso de todos.



Nunca en la historia de la República Argentina hubo un porcentaje de la población inscripto en la educación terciaria tan alto como en estos últimos años: más del 8% de los y las argentinos y argentinas estudia para entrar en la categoría de profesionales, y eso es algo que marca el camino de una sociedad que quiere postularse como avanzada.

Como todo sistema conformado por seres humanos imperfectos, con errores y aciertos, con buenas y malas intenciones, puede tener sus errores, pero es para todos, ayuda a todos, sirve para todos. No puede haber un acto de mayor libertad que garantizar la posibilidad de aprender.

(La foto de portada corresponde a la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario, donde me formé como la persona que hoy puede escribir estas líneas y como el argentino que quiere que este país sea una tierra de oportunidades de progreso y libertad para todos y todas.)

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