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viernes, 11 abril 2014 | Opinión

¿El trabajo es salud?

El martes pasado el Cordón Industrial fue testigo de una nueva muerte obrera. Un joven de 36 años perdió la vida tras ser aplastado por una volcable de camiones en la planta de Terminal 6.
¿El trabajo es salud? No se encontraron resultados.Gastón Pergiacomi, 36 años, dos hijos. Vivía en Fray Luis Beltrán. Estaba separado, aunque actualmente se encontraba con una nueva pareja, rehaciendo su vida amorosa. “Era un padrazo”, coincidieron varias personas al recordarlo.

El joven se encontró con la muerte ganándose la vida. Una frase que parece llamativa para un título o un destacado, pero que en realidad refleja y sintetiza las muertes obreras en el Cordón Industrial. Por negligencia, falta de elementos de seguridad, exigencia de las patronales en la velocidad de los trabajos o en los catalogados “accidentes laborales,” es una mala costumbre de la región tener que hablar del fallecimiento de un trabajador.

Gastón se desempeñaba desde hacía ocho meses en la planta de Terminal 6 (T6), en Puerto General San Martín. Ese martes su turno terminaba a las 22, menos de dos horas después de su trágica muerte. Por causas que se desconocen y que están “siendo estudiadas” – aunque muchas veces luego no trascienden o quedan en el olvido de la memoria colectiva- el muchacho cayó debajo de la volcable de camiones, sector de la empresa donde se encontraba trabajando, y no alcanzó a salir antes que la máquina terminase su recorrido. Tampoco el camionero que estaba junto a él e intento ayudarlo pudo evitar el fatídico desenlace. Gastón murió aplastado.

No había en ese momento personal de seguridad ni tampoco algún compañero que estuviera ayudando en la tarea a la víctima, más allá que desde el Sindicato de Obreros y Empleados Aceiteros (SOEA) indicaron que desde hace tiempo recomiendan a las empresas que haya más de una persona en este tipo de actividades. “Se hacen los boludos (SIC) para no contratar más personal y ahorrar”, con esa frase, palabras más palabras menos, sintetizó la decisión de las patronales uno de los máximos dirigentes del gremio.

La semana pasada, en la planta de Cargill, un camión que se encontraba en una volcable, es decir en el mismo sector donde murió este joven pero en otra empresa, cayó de la máquina y por milagro no hubo que lamentar una víctima, clara muestra de que las medidas de seguridad son siempre lo último en revisar, aquí, allá y sobre todo en las grandes exportadoras.

El complejo donde murió Gastón (T6), que está conformado por las empresas Terminal 6 S.A. y T6 Industrial S.A., es uno de los complejos agroindustriales exportadores más importante de América Latina, cuyos accionistas son AGD y BUNGE. Cuenta con una capacidad de almacenamiento de un millón de toneladas en productos secos y sólidos y posee una capacidad de molienda de granos de soja mayor a 20.000 toneladas diaria para la producción de aceite crudo, harina proteica y pellets de cáscara. También se dedican a la producción de biodiesel y glicerina refinada para consumo interno y de exportación.

Con esos números no es muy difícil dilucidar que estamos ante uno de los grandes monstruos económicos que habitan este Cordón Industrial, de los que se llevan mucho y dejan muy poco, teniendo en cuenta que están exentos de pagar impuestos.
La excusa de los acérrimos defensores de estos sectores es, por lo general, la misma: “le dan trabajo a la gente” ¿A qué precio? ¿Cuál es el costo que debe pagar el trabajador y su familia? ¿Acaso su vida, como en el caso de Gastón?

Otro detalle que pasa inadvertido y que, por supuesto, en este momento prácticamente carece de importancia, es que este muchacho hacía alrededor de 15 años que prestaba servicios en distintas empresas aceiteras de la zona, víctima siempre, durante una década y media, de la tercerización laboral. Una empresa- en esta ocasión sería Tork S.A.- que contrata para otra firma a fin de evitarle inconvenientes a la gran patronal.

No es el primer caso de una muerte obrera en la zona y, lamentablemente, este cronista, que no quiere ser pájaro de mal agüero, estima y presiente que no será el último. En noviembre del año pasado, hace menos de seis meses, César Gómez, de 30 años, falleció en Molinos Río de la Plata (San Lorenzo) tras caer desde ocho metros de altura y golpear con una pared lateral; en 2012, Rubén Montenegro (40) murió en la planta de Renova, en Timbúes, tras un claro acto de negligencia que terminó con el trabajador dentro de un equipo de molienda encendido.

Uno de los casos que más perdura en la memoria hasta el día de hoy es el de Ramiro Burgueño, un joven que murió asfixiado en el año 2007 en la empresa Vicentín por quedar sepultado bajo una montaña de pellets de Girasol. Aquello fue catalogado como “accidente laboral” y hoy su familia continúa pidiendo justicia, exigiendo un cambio en la ley que permita penar a las empresas ante cada acto de estas características.

Seguramente habrá otros casos que no vienen a la mente del cronista en este momento y casi todos comparten algunas características comunes: la muerte de un joven y la impunidad; la falta de sanciones hacia las empresas y el vacío de justicia para los familiares. Los responsables rápidamente intentan “arreglar” con dinero, como si una vida humana tuviera precio.

“Parece que todo lo que se hizo hasta aquí no es suficiente. Algo más falta porque siguen pasando estas cosas”, se lamentó Pablo Reguera, Secretario General del SOEA, en declaraciones radiales al referirse a la muerte de Gastón. Claro que lo que se hizo, evidentemente, no es suficiente y no se puede esperar demasiado tiempo para hacer lo que haya que hacer, porque el precio será otra muerte de alguien que quiere ganarse la vida.

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