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lunes, 14 octubre 2024 | Puerto G. San Martín

Puerto San Martín: una historia de lucha y esperanza en el corazón del barrio San Sebastián

A los 12 años quedó sola contra el mundo y una referente social fue su luz y esperanza. Hace 5 años abrió las puertas de su casa para fundar el merendero “Jesús es mi fortaleza”, un espacio donde las personas más vulnerables pudieran encontrar contención y una comida caliente.
Puerto San Martín: una historia de lucha y esperanza en el corazón del barrio San Sebastián En el corazón del Barrio San Sebastián de Puerto General San Martín, una historia de esfuerzo y amor florece gracias a la incansable labor de Anabella Garcilazo. Hace cinco años, impulsada por la necesidad que veía a su alrededor y con el único recurso de su enorme corazón, Anabella decidió abrir las puertas de su casa para fundar el merendero “Jesús es mi fortaleza”, un espacio donde las personas más vulnerables pudieran encontrar contención y una comida caliente.

“Un día, viendo la necesidad desde mi casa, me conmoví con la situación de las personas y decidí abrir el merendero”, relata Anabella. “No tenía muchos recursos, pero cuando hacés las cosas de corazón, todo fluye”, añade con una sonrisa que refleja la satisfacción de saber que su decisión cambió vidas.

La vida de Anabella está marcada por la lucha desde su infancia. Creció sin su padre y bajo el cuidado de su abuela, quien falleció cuando ella tenía solo 12 años. Desde entonces, tuvo que enfrentar el mundo sola. “Tuve una infancia dura. Mi mamá, por cosas de la vida, me dejó con mi abuela, y cuando ella murió, me quedé sola. Conocí a una mujer, Alejandra Cadevila, que hacía lo mismo que yo hoy, ayudaba a los chicos. Ella me inspiró. Cuando crecí, decidí hacer lo mismo”, cuenta emocionada.

Anabella se convirtió en esa figura de esperanza para su comunidad, tal como Alejandra lo fue para ella en su niñez. Hoy, sigue luchando por darles a otros lo que a ella le faltó en su momento: una oportunidad y un poco de luz en medio de la oscuridad.

Abrir la puerta

Los primeros días del merendero fueron humildes pero significativos. Con apenas 20 chicos, Anabella preparaba tortas fritas y ofrecía la merienda en su hogar. Hoy, cinco años después, su misión creció de forma exponencial. El merendero ya no solo se limita a su casa en Barrio San Sebastián, sino que también extiende su ayuda a la localidad de Timbúes, donde más de 80 personas reciben bolsones de alimentos y 150 viandas son repartidas los sábados.

“Estamos trabajando con el Movimiento Federal Belgrano y con el concejal Luciano Mandón, que nos dio una mano enorme. Sin ellos, no podríamos haber crecido de esta manera”, comenta Anabella, con gratitud por quienes apoyaron su causa.



Comunidad en crisis y una respuesta urgente

La realidad de San Sebastián no es fácil. Anabella describe cómo el merendero se convirtió en un refugio para jóvenes en riesgo de caer en la drogadicción o la prostitución. “El merendero es una contención. No se trata solo de dar un plato de comida o un bolsón. La gente busca un lugar donde sentirse escuchada”, explica, señalando que su trabajo va mucho más allá de lo material.

Los jóvenes y adultos que se acercan al merendero no solo reciben alimentos; también encuentran un espacio donde compartir sus problemas y buscar soluciones. “Los chicos vienen, hablan conmigo, me cuentan sus cosas, y eso nos da un acercamiento a la familia. Viene la madre, el padre, y empezamos a hablar de sus necesidades, de lo que les pasa en la vida”, detalla.

Un pedido de ayuda y un sueño por cumplir

A pesar del impacto positivo que tuvo la comunidad, Anabella sabe que la tarea es ardua y que hay mucho más por hacer. "Necesitamos abrir puertas de contención, sobre todo para la gente que está en las drogas y no puede salir. Necesitamos profesionales y más participación del gobierno. Nosotros hacemos lo que el Estado no hace, pero estamos todos abandonados", reflexiona, pidiendo una mayor intervención estatal para mejorar la situación.

Los cambios económicos recientes aumentaron las dificultades. En apenas unos meses, el número de personas que asisten al merendero se duplicó. “Desde que cambió el gobierno, se ve más necesidad. Antes ayudábamos a 40 personas, ahora son 80”, dice con preocupación.



La joven también reconoce que su labor no sería posible sin la ayuda de los vecinos y comercios de la zona. “Quiero agradecer a los negocios que nos dieron una mano para celebrar el Día de la Infancia. Se portaron muy bien”, señala con humildad. Y es que, más allá de los desafíos, esta historia de vida nos recuerda el poder transformador de la solidaridad y el impacto que una sola persona puede tener en su comunidad.

El próximo evento en el que Anabella está trabajando es el festejo del Día de la Madre, una oportunidad para que las mujeres de la comunidad disfruten de una noche diferente. “Queremos pasar una noche especial para nosotras. La idea es festejar el Día de la Madre y pasarla lindo”, comenta con entusiasmo, invitando a todas las madres a sumarse a la celebración.

El próximo 26 de octubre en el Centro de Jubilados desde las 20 horas con una entrada de $2000 que se utilizará para costear algunos gastos del evento. Habrá sorteos y música en vivo para bailar.

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