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viernes, 18 julio 2014 | Opinión

Una historia de selección

Mascherano debutó con la camiseta del seleccionado en 2003, antes que hacerlo con el club en el que jugaba, River Plate. Entre sus logros tiene las dos medallas de oro Olímpicas que logró la Argentina en fútbol en Atenas 2004 y Beijing 2008. Además, se consagró subcampeón del mundo en el Mundial de Brasil.
Una historia de selección No se encontraron resultados.Atrás quedaron aquellas primeras pelotas pateadas en el ya desaparecido Alianza de San Lorenzo o esos primeros destellos de gran jugador en Barrio Vila, con apenas algo más de una decena de años. Pintaba bien, de chiquito. Su padre, Oscar, lo sacaba del equipo para darle lugar a todos los chicos, pero los padres de sus compañeritos le pedían que lo pusiera en cancha nuevamente.

Como ocurre, lamentablemente, con muchos pibes de nuestro querido Cordón Industrial, Javier Mascherano debió emigrar en su etapa de pubertad en busca de nuevos horizontes, para alcanzar el objetivo que todo chico quiere conseguir: consagrarse jugando al fútbol. Y vaya si lo hizo.

Aquel pibe sanlorencino pasó a formar parte de la selecta Escuela de Renato Cesarini, cuya cabeza es Jorge Solari. Fue el propio director técnico quien lo recomendó para integrar el seleccionado argentino Sub 15 cuando Mascherano tenía catorce años. Allí comenzó la historia de amor con la celeste y blanca, una historia que alternó buenas y malas, pero que nunca estuvo en dudas.

El jefecito luego se trasladó a Buenos Aires para integrar las filas del Club Atlético River Plate. Sin embargo, el destino ya estaba fijado, y era celeste y blanco. El joven sanlorencino protagonizó un suceso poco particular al debutar con la Selección Argentina en un amistoso frente a Uruguay sin haber disputado si quiera algunos minutos en primera división con el conjunto millonario.

Su presencia en la máxima categoría se hizo esperar hasta el 3 de agosto de 2003 en un encuentro en el que River Plate derrotó a Nueva Chicago (2-1). A partir de allí su carrera profesional fue un éxito y también comenzó a consolidarse con la casaca Argentina.

Medalla de Oro en Atenas 2004, lo que le valió, con tan sólo 20 años, una distinción de la Municipalidad de San Lorenzo. Vino su primer mundial, en 2006, y aquella trágica eliminación por penales ante Alemania. En Beijing 2008 repitió la hazaña de Grecia y se transformó en el primer deportista de todos los tiempos de nuestro país en obtener dos preseas doradas. Llegó el Mundial de Sudáfrica 2010 y una nueva eliminación en cuartos, también ante los teutones, que dolió como ninguna.

Cuando parecía que podía comenzar a cerrarse su ciclo en el seleccionado –créame que este cronista no cree que eso sea posible- el nuevo proyecto encabezado por Alejandro Sabella lo contagió y reavivó el amor, ese que nunca se fue y nunca se irá, con la celeste y blanca. El mismo futbolista del Barcelona de España admitió ante los medios de comunicación el pasado miércoles, al ser declarado ciudadano distinguido de su ciudad natal y coreado por cientos de vecinos, que el DT argentino le devolvió las ganas de jugar en la selección.

Su actuación en el Mundial de Brasil no hizo más que confirmar esa eterna relación entre Masche y la celeste y blanca. Y a pesar de que no se logró el objetivo máximo, para todos los argentinos, el capitán sin cinta de este equipo es un ganador, porque dio todo lo que tenía, porque no se guardó absolutamente nada, porque hizo todo por amor a los colores.

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