
No se encontraron resultados.Hacía dos años que había salido de la casa de sus padres, esperando en¬contrar su "espacio". Ahora tenía "demasiado" espacio, aunque su departa¬mento, de un solo ambiente, era pequeño.
Aquello que la joven abogada llamaba "su espacio", en realidad era liber¬tad para vivir sin restricciones. Le molestaba que los padres le estuviesen ha¬blando de lo que debía o no debía hacer. Se consideraba lo suficientemente grande como para escoger su propio camino. Y lo hizo.
Al principio, todo le parecía fascinante: tenía un buen empleo, automóvil propio, y estaba pagando el pequeño departamento que comprara. Vivía una vida sin reglas; no quería siquiera oír hablar de ellas. Se dejaba llevar por el instinto. Y empezó a experimentar sensaciones que jamás imaginó que exis¬tiesen.
Pero, los días fueron pasando. Y las cosas empezaron a parecerle dema¬siado huecas. Esto la llevó a continuar buscando nuevas sensaciones. Pero, su vida parecía una pompita de jabón: bella y atractiva por fuera, y nada por dentro.
El vacío de aquella tarde, al llegar a casa, en realidad era el vacío de su corazón. Físicamente, todo le iba bien; interiormente, se caía a pedazos, y se negaba a aceptarlo.
Cuando el Señor Jesús, en cierta ocasión, dijo que no se debía temer a los que matan el cuerpo, sino al que mata el espíritu, estaba hablando justamen¬te de lo que Dolores sentía. Las grandes necesidades no son las del cuerpo. Lo que da sentido a las consecuciones materiales es la satisfacción interior. Y esa satisfacción solo puede proporcionarla Nuestro Señor.
La soledad del espíritu, el hambre del corazón y la sed del alma son expe¬riencias tan traumáticas que transforman la vida en una rutina torturante y sin sentido, capaz de anular, incluso, las ganas de vivir.
Por eso, hoy, acuérdate de las palabras de Jesús: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno".